Un Loup-garou

Pour Alexandre Dumas, père.

 

                          I

Gris amanecer, desnudo y sangriento,
cuando por primera vez liberé la hecatombe…
estremecí al quebrar de mis articulaciones;
confundido me levanté y sacudí la paja,
buscando instintivo algo para cubrirme.

 

Empapados los cabellos con sudor frío y
contrahecho por punzantes espasmos,
noté el sabor repugnante albergado en mi boca,
un aguijón hirió el esófago cuando, acto reflejo,
apreté perturbado mi mandíbula atascada.

 

Previo al vómito descubrí los restos de un caballo
destazado, cuyas entrañas abiertas y esparcidas
eran ávidamente picoteadas por gallinas.
Interrumpiendo el nauseabundo trance
en lontananza escuché voces alteradas.
Temeroso, escapé antes de ser descubierto.

 

                          II

Después de excitados días en las montañas,
recordé la noche en que Belcebú entró a mi cabaña.
Se presentó en figura de un chacal negro cuyos ojos,
carbúnculos de Anubis, aguardo mirar de nuevo.

 

Su hablar era cavernoso e incisivo,
como el del viejo necio que muriendo,
se mofa de la Vida poluto por la amargura;
parecía decepcionado al reparar en mi espanto
que traicionero me clavó los pies sobre el suelo,
así que sin tardar demasiado en miramientos,
aclaró las pretensiones de su visita:

 

En canje por algunos servicios, me prometió
la fuerza para destruir a mis enemigos.
Rehusado a pactar condena eterna
me negué y hallé valor para exigir
su salida de mi frágil vivienda.

 

Se burló de mí con sonoras carcajadas,
lamentando la estupidez y simpleza del inútil
mozalbete campesino y, como se arrepintiese
de haberme elegido, me maldijo en palabras
indecibles con eterna pobreza.

 

Creí salir victorioso del encuentro,
pero como sus ojos traspasasen los míos,
implantó en mi mente el deseo de venganza,
creció la raíz de ira que albergaba mi pecho,
y, despreciando con todo el corazón mi vida,
me arrodillé ante el ídolo de los sentimientos.

 

Yo mismo lo invoqué en varias ocasiones,
ciego de rabia habría de responder a mi insistencia y,
preparando ceremonias cautelosas, que reguardasen mi secreto,
conjuré su nombre en medio del bosque en un círculo de fuego.

 

Reapareció regodeándose de mi fútil existencia, mas complacido
por las facciones contraídas de mi rostro que entonces, dijo, encontró
determinadas, se tildó divertido así mismo de “misericordioso”
y advirtió que finalmente tendría un sentido mi estéril conciencia;
pero súbitamente grave, convirtiendo su cuerpo en túnica,
arrojó el hechizo extendiendo sus manos, convirtiéndome
en una gigantesca y horrible criatura siniestra.

 

Gritaba el engendro sostenido en el aire mientras el demonio mascullaba:
“…tú no serás esclavo de la luna como los otros, ni olvidarás
los crímenes que cometas al sol creciente. Tu penitencia serán
los recuerdos y saciarás tu hambre con la carne de todos…”.

 

…pese a la transfiguración, muchos placeres me trajo aquella decisión;
el suplicio debió concederme accidentalmente algunos de sus poderes.

 

                        III

Castigado por mi propia voracidad,
aniquilé en el furor de mi metamorfosis
a todos aquellos a quienes amaba.
Azolé ciudades enteras presa de mi iniquidad.
Gemí en soledad y me abandoné en tinieblas;
Incendié mi morada y olvidé el pasado.

 

Gobierno ahora mis tierras como tirano, dejando
a pequeños aulladores los despojos de mi botín.
Desata a veces su semejanza el frenesí de mi carnicería
donde ahogo mi odio hacia su raza; jefe de manada medida,
desprovista de mayor ingenio, soy hechicero despiadado
pues la humanidad que un siglo tuve se desvaneció.

 

Ahora vivo para ajusticiar al hombre,
soy bestia que devora a otras bestias;
sediento de sangre del justo y el impío,
arrastro a mi guarida al monstruo disfrazado.
Ahora se escucha mi llamado sobre los collados
hasta el día en que vengan a reclamar mi alma.

 

Blackgunner* Original de Noviembre 2012